Cuando uno llega a Chile escucha
dos historias, de las cuales sólo una es cierta: que los edificios son
antisísmicos y que no se puede andar en bicicleta. La gente ha optado, en su
mayoría (por alguna razón que está más allá de mi comprensión), por comprar
todas las 4x4 que en Europa ya no le venden a nadie. Es una especie de negocio
redondo: unos venden lo que ya no necesitan y otros compran lo que nunca
necesitaron.
La historia se cierra con el
argumento de que es “más seguro” moverse en una jaula de cinco toneladas de
hierro, y que en esta ciudad los conductores no respetan a los ciclistas. El
resultado más evidente de esta práctica extendida es que la mayoría de la
gente pasa horas atascada en tráfico con 30 grados a la sombra, para moverse
apenas unos metros, respirando el peor aire de América.
El consejo al viajero es, en
caso de temblor, parase debajo del marco de una puerta y en caso de afincarse
en Santiago, sacar de inmediato el carnet de conducir y comprarse un auto, para
lo cual hay más automotoras que panaderías. Moverse en bicicleta es visto como
“parte de un problema” y en coche como "parte de una solución”. Los ciclistas
son una rara avis y los conductores gente muy eficiente, exitosa, amante del
tiempo libre y el deporte.
Así han ido a parar a un cuello de
botella del que nadie sabe cómo salir (¿Más autopistas? ¿Más automotoras?
¿Menos semáforos?), embroquelados en el dilema del prisionero y repitiendo los
mismos hábitos obsoletos de siempre. Es la triste historia de la retórica y la
imbecilidad humanas. Vivir para repetir un modelo impuesto que ya se ha demostrado inviable en cualquier mega-ciudad del mundo. Y no hablemos del daño
que hace al medio ambiente una sociedad que aplaude el consumo, la ostentación
y el despilfarro contra toda racionalidad.
¿Qué se puede esperar si un
ex-ministro de defensa de este país, aparentemente académico, parte de un
gobierno aparentemente progresista, afirma sin inmutarse que la “mejor forma” de
garantizar que en un futuro Chile no entre en guerra con sus vecinos es armarse
hasta los dientes? Uno podría acusarlo de subnormal, si no existiera la
remota posibilidad de que fuera simplemente ignorante. El hecho de que su pasatiempo
favorito sea coleccionar soldaditos de plomo inclina la balanza en una única
dirección.
Estadísticamente, nadie se
pregunta qué impacto tiene la contaminación, las enfermedades respiratorias y
el sedentarismo en la esperanza de vida de la gente, pero un ciclista
atropellado por cada cinco mil enfermos de cáncer es un dato marginal que
resulta muy atractivo para el subconsciente popular y la retórica política.
Adrián Icazuriaga