He was found by the Bureau of Statistics to be
One against whom there was no official complaint,
And all the reports on his conduct agree
That, in the modern sense of an old-fashioned word, he was a saint,
For in everything he did he served the Greater Community.
(W.H. Auden, from The Unknown Citizen)
La Condición Postmoderna de Lyotard es un ensayo convincente. Justifica su fama de manera inmediata, algo no tan común en la ciencia sociológica y en otras manifestaciones menos depuradas del ingenio. Transmite una verdad contundente con la premura y el acierto de quien ya ha llegado a un diagnóstico y sólo tiene que buscar, en el mar de una edad convulsa, un par de casos al uso que se ajusten a su prótasis. Si para ello ha de recurrir a ejemplos extraídos de la Termodinámica de los Procesos Irreversibles o de las fluctuaciones de la Economía de mercado (que en definitiva no están tan alejadas la una de la otra, eso sin duda es cierto), poco importa, mientras sean citados con la suficiente concisión y lealtad esquemática. La condensación en el complejo ámbito de la realidad humana, ya lo sabían los antiguos, siempre ha sido contraria al buen juicio.
Para no caer en la tentación de confirmar la norma, seguiremos dos premisas que parecen salvaguardar toda reputación filosófica: la primera consiste en rechazar cualquier ofrecimiento del gobierno de Québec y la segunda, intentar no naufragar entre la asimilación de conceptos y la analogía. Hablar únicamente de ideas simples, ésta ha de ser la principal labor del filósofo. Porque si existe verdad alguna que expresar, debe ser llevada al lenguaje de forma depurada y precisa, libre de toda analogía y del peligroso mito de lo complejo. La analogía sólo sirve para iluminar una idea desde un nuevo ángulo. Lleva al pensamiento hasta un punto y lo deja allí, la razón ha de continuar después por sí sola. El discurso debería, o al menos eso se espera, aclarar en todo momento cuándo esta haciendo uso de una analogía y cuándo está tratando el problema en sí mismo, para no caer en la confusión de hablar de una cosa como si estuviéramos hablando de otra. Por ejemplo, en uno de los capítulos más condensados de la obra, Lyotard afirma que:
“[...] los aparatos que optimizan las actuaciones del cuerpo humano [e.g. este mismo ordenador] con vistas a administrar la prueba [e.g. el discurso anterior] exigen un suplemento de gasto. Pues no hay prueba ni verificación de enunciados, ni tampoco verdad, sin dinero. Los juegos del lenguaje científico se convierten en juegos ricos, donde el más rico tiene más oportunidades de tener razón. Una ecuación se establece entre riqueza, eficiencia y verdad.”
En primera instancia, estos enunciados lo que ofrecen es un modelo enormemente atractivo, se habla de una ecuación, nada menos que entre “riqueza, eficiencia y verdad”. Esta noble intención recuerda al aserto de W. B. Yeats, que en su madurez iluminada pretendía “encerrar en un solo pensamiento la realidad y la justicia” . A pesar de su fuerte convicción y su plausibilidad analógica, no hay nada que se ofrezca como prueba, entre otras cosas, porque son afirmaciones que no pueden ser probadas. O lo que es peor, no pueden ser refutadas, y esto, según Popper, es signo inequívoco de la pseudociencia. Aunque sea posible citar innumerables ejemplos extraídos de la investigación genética o la física del estado sólido, seguiríamos hablando genéricamente de los juegos del lenguaje científico en base a casos puntuales. La riqueza del hecho desaparece. Es un caso similar al de Kuhn ; se ofrece una teoría plausible de la evolución del pensamiento, aunque la idea de una ciencia revolucionaria no sea otra cosa que una pertinente acumulación de ejemplos extraídos de Copérnico y la química del siglo XVIII.
De ser exacta la afirmación de Lyotard, el saber sería una divisa intercambiable como un bien más a los cuales tiene acceso el hombre civilizado. La cuestión que se establece entonces es comprobar si es lícito hablar de la transmisión y adquisición del conocimiento en estos términos, o si se trata de una analogía. Lyotard afirma que la performatividad del criterio tecnológico legitima a la ciencia hoy en día, esto se ve contrastado por la forma en que la producción del conocimiento está influenciada según el modelo tecnológico, la eficiencia input/output, transformándose en una fuerza viva de producción.
Sin duda que existen fenómenos que acreditan las tesis de Lyotard de forma más que evidente. Pero hay un punto donde el análisis se vuelve impreciso, el autor no diferencia adecuadamente entre tres aspectos básicos de esta mercantilización. Existe una diferencia no sólo de grado entre información, conocimiento y saber, estas dos últimas correspondientes a la doxa y la epsiteme platónicas. Las tres pertenecen a categorías distintas de la realidad y de la aprehensión humanas, y son por lo tanto inconmensurables. Muchas de las afirmaciones que Lyotard hace con respecto al saber deberían ser sólo aplicables al intercambio de información, mientras que algunas hacen referencia al mero conocimiento y no a la sabiduría.
Veamos la diferencia en un enunciado denotativo de los que constituyen el entramado de la ciencia. Consideremos el siguiente enunciado, “la cuchara está sobre la mesa”. Sabemos que contiene una cantidad determinada de información, que establece una relación entre dos objetos, podemos decir que en el enunciado no hay ninguna prescripción o valoración particular, porque pertenece a un determinado juego de lenguaje, con sus propias reglas establecidas por consenso o por convención. Sabemos que no es un juicio ético, que su constatación involucra un solo sentido y además, tal vez sea lo más importante, podemos afirmar que este enunciado expresa lo verdadero o lo falso. A continuación diremos cosas como que “esta expresión ha sido hecha en un lenguaje semánticamente cerrado”, esto es, que contiene su propio predicado global de verdad. Y deduciremos de allí que un lenguaje de ese tipo no está exento de contradicciones, etc.
Sin lugar a dudas, en el correr de los años, podremos decir otras cosas acerca de este enunciado. Tal vez una nueva escuela de pensamiento coloque su sombrero encima de la cuchara y se pregunte luego si el enunciado anterior sigue siendo verdadero. Todo esto constituye lo que comúnmente llamamos conocimiento. Pero sería ajeno a esta especulación dar un salto epistemológico como el que realiza Lyotard a lo largo de su obra. Veamos, por ejemplo, qué diría un análisis posmoderno respecto a aquel tipo de enunciados:
“El saber científico es una clase de discurso”
Esto es perfectamente coherente con las conclusiones que extrajimos anteriormente de nuestro enunciado modelo. Sólo que sería más adecuado decir que “el conocimiento científico es una clase de discurso”, y dejar el saber de lado mientras sea posible. Pero permitamos a estos efectos la intercambiabilidad salva veritate, entre conocimiento y saber, manteniendo la distinción categórica entre información y saber. Así, estamos de acuerdo en que el saber es indudablemente una clase de discurso, sea científico o narrativo. Pero a continuación se afirma lo siguiente:
“El saber se encuentra o se encontrará afectado en dos principales funciones: la investigación y la transmisión de conocimientos.”
Aquí la percepción no es tan unánime y entramos en un terreno cercano a la analogía, con los peligros que esto implica. Podemos estar de acuerdo en que el saber se ve afectado por al investigación o por la experiencia en general, y no podría ser de otra manera, pero hay un salto argumentativo fuerte al decir que el saber se ve afectado por la transmisión de conocimientos. ¿Puede ser esto cierto? y, de ser así, ¿en qué casos y bajo qué condiciones se cumple? ¿Podemos decir que el saber está afectado por el modo en que se transmite, lo mismo que la producción de un neumático está afectada por el estado de las carreteras? El razonamiento continúa de la siguiente forma:
“Es razonable pensar que la multiplicación de las máquinas de información afecta y afectará a la circulación de conocimientos tanto como lo ha hecho el desarrollo de los medios de circulación de hombres primero (transporte), de sonidos e imágenes después (media).
En esta transformación general, la naturaleza del saber no queda intacta. No puede pasar por los nuevos canales, y convertirse en operativa, a no ser que el conocimiento pueda ser traducido en cantidades de información. Se puede, pues, establecer la previsión de que todo lo que en el saber constituido no es traducible de este modo será dejado de lado”
Una cosa es afirmar que la comunicación afecta la circulación del saber, su acumulación o su posible asimilación, y otra bien distinta es decir que la comunicación afecta a la naturaleza del saber. ¿Se puede afirmar que efectivamente todo saber que no se ajuste al lenguaje máquina será dejado de lado? Este condicionamiento equivale a suponer que tal vez las afirmaciones futuras acerca de la cuchara serán de naturaleza distinta a las que hemos presentado hoy, y no sólo eso, tal vez las afirmaciones actuales no sean traducibles, digamos, al lenguaje futuro. Hay aquí una reducción del saber en general a la razón instrumental y la suposición de que este saber estará condicionado, a priori, por el medio en que se transmite. Esta analogía con el modelo productivo es infundada, y en todo caso resulta difícil imaginar un modo donde lo que los hombres consideran el saber pueda cambiar de naturaleza, aunque sin duda haya cambiado de objeto. Ya no resulta fácil creer en un relato de su desarrollo (Hegel) o de su emancipación (Marx), pero sorprende que debamos aceptar su inminente desnaturalización.
A pesar de ello, la obra de Lyotard es una defensa del discurso narrativo sobre el saber científico, destacando el aspecto agonístico del saber, que va más allá de su eficiencia técnica y de su utilización por el poder, a la vez que propone una nueva legitimación por medio de la paralogía. Lamentablemente, hoy en día el pensamiento out of the box no es más que otro de los requisitos del corporativismo y de la eficiencia dentro del mercado. Pero, como hemos visto antes, esta manipulación sólo puede tener lugar en el ámbito de la información. El saber, por fortuna, es una categoría abierta a la experiencia y al ser. No puede ni podrá ser reducida al manejo de datos ni al modo en que éstos son transmitidos.
Adrián Icazuriaga