Tolstoy a la luz de la realidad creativa

"The powder-smoke spread like milk over the green grass"
(Leo Tolstoy, Anna Karenina, VI-12)

Lo que se ha dado en llamar el realismo tolstoiano viene a significar más o menos lo siguiente. Aquel respetado ciudadano, que asumió la causa nacional como su propia consigna y que abrazó el dolor ajeno como su propia herida, viene patinando con absoluta destreza, se balancea, toma impulso y completa un giro perfecto. Como cualquier persona sensata, no está tan convencido de su propia habilidad como de que el largo brazo de Dios lo ha mantenido a flote. Si hubiera que imaginar una dicha imperturbable, lo haría exclusivamente en el prójimo, y si hubiera que sufrir un dolor inminente él sería el primero en soportarlo.

Sin embargo, para lo único que su alma no estaba preparada era para un instante de duda, para un momentáneo desequilibrio que lo llevara a abrir los ojos y ver que junto a él no estaba el largo brazo de Dios, ni siquiera la firme garra del destino, sino un enano mendicante y deforme que lo mira desahuciado. Por supuesto que a esta altura ha adquirido cierta destreza y se atreve a seguir solo, pero para la felicidad tal vez ya sea demasiado tarde. Sin dejar de mirar al enano, recuerda las palabras del Eduardo de Goethe: “¡Qué envidiable eres, todavía puedes vivir de la limosna de ayer y yo no puedo vivir de la dicha de ayer!”.

La desgracia, por supuesto, como para todo realista, no es la ausencia de Dios, sino la presencia infranqueable y sólida de ese muro que se aproxima, tan inexorable y cierto como la caída de un telón.

¿Por qué debemos preferir a Tolstoy frente a Henry James o a Hemingway, o algún otro novelista menor como D.H. Lawrence o Flaubert? Respecto al primero es indudable que Tolsoty es un escritor más profundo. No se puede negar la imaginación circunstancial de James, su maestría verbal, pero queda deslucido frente al rigor moral del genio ruso. La profundidad de Tolsoty no es una profundiad metafísica sino un absoluto vital, la desgarradora imagen del bicho humano, por eso se acerca más a Melville o a Conrad que a cualquier otro inventor de dramas. Admiramos a James, es cierto; es más difícil admirar a Tolstoy, más bien nos acercamos a ese sentimiento originariamente cristiano que es la piedad, la piedad por el hombre que se sabe sólo frente a Dios.

En cuanto a Hemingway, la ventaja es exclusivamente cuantitativa. Para dos escritores que se jactan de escribir exclusivamente sobre aquello que conocen, Tolstoy parte con ventaja porque conoce más al ser humano y también conoce más en detalle el mundo que le rodea. Entiende al campesino ruso mejor de lo que éste se entiende a sí mismo y describe a la aristocracia zarista como sólo un aristócrata profesional podría hacerlo, y él es ambas cosas.

Por otro lado, está claro que no hay lugar para la moral en Hemingway, en cambio sí tienen una importante similitud, los dos son escritores a cielo abierto, son hombres de acción, y en eso se diferencian mucho de James, un intelectual capaz de dictar un folletín en la mañana, pasear por la National Gallery a media tarde, y asistir en la noche a una recepción donde seguramente descubrirá a su próxima heroína.

Frente a los otros dos no hay mucho que decir, poseen una prosa demasiado marcada por el deleite y la sensualidad. Tolstoy, en cambio, sólo abandona la realidad mundana para abrazar directamente lo sublime, sin matices intermedios. Cuando Pedro queda meditando bajo un cielo estrellado o cuando Levin se enfrenta por primera vez al enigma del nacimiento y de la muerte, nosotros nos transformamos en espectadores privilegiados del gran drama, las viejas preguntas que vuelven, ¿quiénes somos? ¿qué nos es dado esperar?

Mi preferencia por alguna de sus obras en detrimento de otras está totalmente injustificada, creo que las circunstancias particulares del momento hacen tanto como la historia misma. En primer lugar pondría Master and Man, la narración perfecta, lo que Kipling habría podido escribir si no usara tanto el diccionario. Es la mejor descripción que se ha hecho nunca de la irracionalidad humana, es decir, de aquello que hay de divino en el hombre. Luego vendrían, en hilera, Ana Karenina, Iván Ilych, Father Sergius, Hadji Murad y, por qué no, The Kreutzer Sonata. Guerra y Paz no es propiamente un relato, es más bien un conjunto de historias escritas con un fin político. Queda muy lejos de cualquiera de las anteriores, tan lejos como quedamos nosotros de comprender todo lo demás.




Adrián Icazuriaga








 
"¡Ideas, señor Carlyle, no son más que Ideas!"
Carlyle - "Hubo una vez un hombre llamado Rousseau que escribió un libro que no contenía nada más que ideas. La segunda edición fue encuadernada con la piel de los que se rieron de la primera."