Tiempo después se vieron
Aquel hombre, un extraño
Para sus amigos, y aquella mujer
Amiga de tantos extraños,
Que no era descabellado suponer
En un lugar alejado y casual
Los dos habían vivido
Una pública intimidad.
Lo que finalmente se dijo
-y posiblemente lo que no-
Es algo que no nos incumbe,
Pero digamos que en la ocasión
Las dos personas asumen
El espejo de una farsa habitual,
Y que al final de ese día
La mentira ha calado allá
Donde la verdad no lo haría.
Un racimo agrio su cabello
Negro, no era un rasgo de juventud
Pero un admirable defecto
De su reciente madurez: aún
Podía ser amada con la inasible
Y frágil destreza del amor;
Mientras él permanecía impasible
Cultivando largamente su atención
En las cifradas evidencias del mundo:
Una taza de té desportillada,
Un mantel rasgado y oscuro
Y un niño jugando en la terraza
Cuando el día tocaba a su fin.
"Todo está hecho y consumado", pensaba,
"Hoy he vuelto a decir
-creyendo que lo eran-, mis últimas palabras".
Adrián Icazuriaga