LUDWIG WITTGENSTEIN: Últimas conversaciones

Quienquiera que se haya interesado, siquiera de forma superficial y anecdótica, por el carácter de Ludwig Wittgenstein, no podrá dejar de sentir cierta perplejidad ante el temor reverencial que le profesaban sus contemporáneos. Aquel que tiene una razón para ser insincero puede verse aliviado con el temor, pero quien sobreestima la honestidad como un medio, y no sólo como una virtud, seguramente hallará en el desencanto que provocan sus juicios una prueba sustancial de que va por el buen camino. En algún momento u otro, Wittgenstein comprendió que la mayor parte de las personas que le rodeaban, y entre ellas un buen puñado de filósofos de primer nivel (Russell, Whitehead, etc.), sencillamente habían dejado de pensar y se conformaban con contentar a la gente. Como un malabarista que ha ganado la coordinación suficiente para asombrar al auditorio, pero que ya no se esfuerza por probar que, dentro de todo, uno sólo hace lo que la gravedad ha supuesto que haga.

Las impresiones y comentarios de Oets Bouwsma, contenidos en el presente volumen, contribuyen a reforzar esta imagen. Poco hay en verdad, a pesar de lo que se promete en alguna otra parte, de resumen o compendio de ideas del filósofo vienés. Se tocan algunos temas trascendentales, es cierto, como el de la justificación de los juicios éticos y la naturaleza de la verdad religiosa, pero de una forma meramente conversacional (como es natural tratándose de un diario) y sin abundar nunca en las implicaciones del tema analizado (incomprensiblemente tratándose de un filósofo). Una de las pocas excepciones se encuentra en la respuesta de Wittgenstein a la pregunta de Bouwsma sobre si todos los seres humanos son o no hedonistas: “Obviamente, no es esta una proposición empírica”, fue la respuesta inmediata de Wittgenstein. “Placer” es un sinónimo de cualquier cosa que la gente quiera (una casa, un helado, etc.) y en este sentido una proposición como “Todo ser humano busca el placer” no es más que una tautología, “Todo ser humano prefiere lo preferible”. Pretender una fundamentación última de un juicio como el anterior basándose en hechos es caer en la falacia naturalista, algo que advirtió Moore muchos años antes de que Wittgenstein escribiera el Tractatus logico-philosophicus.

El libro se enmarca en una edición espléndida, y se completa con unos Apéndices que abundan en detalles imprescindibles y complementarios para un contenido, tal vez, excesivamente breve.

Por otra parte, para quien no se haya interesado nunca, siquiera de forma fugaz y provisoria, por lo que dijo o hizo Ludwig Wittgenstein, baste este retrato de su persona (y quizás con ello logre confirmarse en sus reticencias). Imagine que por un momento, digamos durante unas diez horas, un hombre renace a la vida y le habla a todos aquellos que deciden escucharlo. Imagine que todos aquellos que lo escuchan no sólo se maravillan de la profundidad y sensatez de sus palabras, sino que se convencen inmediatamente de que ese hombre es el Mesías. Y no sólo esto, están seguros de que en cuando él calle una parte sustancial de la razón humana callará con él. Esto es básicamente lo que llevó a alguien tan corriente como el profesor Bouwsma a transcribir sus conversaciones con Wittgenstein.

Adrián Icazuriaga























 
"¡Ideas, señor Carlyle, no son más que Ideas!"
Carlyle - "Hubo una vez un hombre llamado Rousseau que escribió un libro que no contenía nada más que ideas. La segunda edición fue encuadernada con la piel de los que se rieron de la primera."