El Elefante en la Habitación
Un buen día despiertas y lo ves allí, majestuoso, indiferente y algo triste, ¿qué puedes hacer? Lo ideal sería aguardar a que la conversación decaiga y comentar ante todos, "disculpad, imagino que habréis notado...". Eso, evidentemente, no funcionaría. Uno puede imaginar el instante de silencio, las bocas que se abren dejando escapar un suspiro de pena y el bullicio que comienza a propagarse una vez más como un vómito ciego.Entonces decides comprobarlo por ti mismo, caminas unos pasos, esquivas a un estudiante universitario disfrazado de Dolly Parton y te detienes junto a una pareja que discute algo acerca del límite de velocidad en las carreteras interprovinciales. No parecen notar que la sombra del mastodonte los abraza y su aliento les golpea la nuca. Los miras directamente a los ojos (ahora debaten sobre el déficit en la balanza comercial) y ves su decisión, su mezquindad. Piensas que si estiraran la mano lo suficiente, tocarían la piel rugosa y oscura de ese animal extraño. Aquí es cuando la introspección te traiciona y dudas que esa cosa inmóvil en medio del salón sea en verdad un elefante, ni siquiera un ratón, tal vez no es más que un enorme espacio vacío a punto de llenarse cuando lleguen los próximos invitados. ¡Si hubieras confiado en aquella máxima que prescribe no abusar de la intuición, y mucho menos de los sentidos!
Buscando un remedio, subes la escalera y te encierras por unas horas en la biblioteca. Al cabo de unos minutos encuentras lo que buscabas, allí está, negro sobre blanco, alguien predijo con lujo de detalles que en este lugar y a esta hora se erguiría un completo elefante, con sus patas, su cola y su absurda trompa olisqueando tu alfombra. Alabado sea en Señor. Todo lo que tienes que hacer es bajar los peldaños, tomar la lista de invitados y encontrar el nombre de aquellos visionarios. Pero para tu gran sorpresa no están allí. ¿Se habrán ido antes? ¿Habrán venido en primer lugar? Mientras te debates entre la futilidad de hacer cualquier cosa y la necesidad de hacer algo tus opciones se acortan: puedes abrir la puerta y salir silenciosamente hacia el crepúsculo, o puedes sentarte junto al hombre disfrazado de Dolly Parton y pedir una copa.
Adrián Icazuriaga