“Nadie sabe quién ocupará en el futuro la jaula de hierro, y si al término de este monstruoso desarrollo surgirán nuevos profetas y se asistirá a un pujante renacimiento de antiguas ideas e ideales, o si, por el contrario, lo envolverá todo una ola de putrefacción mecanizada y una convulsa lucha de todos contra todos.”(
Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, V §249)
Observando esta mañana cómo cientos de personas saqueaban los restos de un naufragio en las costas de Devon (UK), haciendo caso omiso de las advertencias sobre el contenido tóxico del cargo, quisiera comprender la tesis elemental que plantean algunos ecologistas, a saber, que la conciencia del desastre hará replantear los objetivos y el animal humano de pronto se moverá en otra dirección o, si se quiere, en la misma dirección pero con otros medios. La pregunta por lo tanto es, ¿puede un sistema complejo global reorganizarse funcionalmente?
Esta suposición, llamémosle la de los ecologistas leibnizianos, me recuerda al accionar de algunos reptiles primitivos, que cuando se les presenta una posible presa se abalanzan sobre ella sin contemplaciones, pero de la misma forma son capaces de saltar sobre una rama que flota en el agua. Por supuesto que no miden la eficiencia energética de sus capturas, lo mismo les da cazar una rana a cincuenta metros de distancia que un antílope frente a sus propios ojos. Desgraciadamente, las organizaciones sociales son sistemas mucho más complejos y requieren algo más que un simple cambio de intereses o de perspectiva para moverse en una dirección alternativa.
En el caso que nos ocupa, y desde el punto de vista histórico, resulta imposible imaginar que la sociedad globalizada pueda por sí misma entrar en un nuevo paradigma sin antes haber sufrido los trastornos derivados del actual estado de cosas. No sólo porque la propia inercia lleva a los sistemas a mantener el orden de sus variables, sino que además, y esto es mucho más importante, el “cinturón protector”, aquello que Lakatos llamaba la
heurística negativa, mantendrá las bases del orden económico y social intacto hasta el momento mismo en que no exista otra alternativa más que derrumbar el propio edificio y remover los cimientos.
Ninguna forma de conciencia puede por sí sola alterar el núcleo de valores e intereses que conforman la masa humana desde la revolución industrial. La superestructura provee una explicación causal para algunos hechos, como por ejemplo, la preeminencia del capitalismo ascético protestante frente a la moral católica, pero como muy bien señala Max Weber, esta influencia no habría tenido lugar si las formas de producción capitalistas no hubieran evolucionado “materialmente” como efectivamente lo hicieron desde la Edad Media. ¿Con esto qué queremos decir? Simplemente que la certeza de un inminente desastre, y aún más, la corroboración misma de este hecho, puede a lo sumo actuar sobre el orden material existente pero no desplazarlo en una nueva dirección. El optimismo leibniziano de algunos ecologistas es en este sentido muy encomiable, pero totalmente ajeno a la realidad histórica. Pensar que es posible la reorganización social en base a un desarrollo sustentable a largo plazo, es como creer en el principio lamarkiano del desarrollo de los miembros en el reino animal porque cumplen una mejor función adaptativa.
Por más que Roma tuvo conciencia de la decadencia de su forma de vida y de sus valores desde mucho antes de la caída, y fue advertida con total resignación, hubo de aguardar hasta ver cómo Alarico saqueaba sus tesoros para aspirar a un futuro nuevo.
Adrián IcazuriagaPublicado originalmente en
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